Los gritos del conserje fueron claros: ¡una
urgencia! ¡Una urgencia!, detrás de ese llamado desesperado, salieron tres
paramédicos y el doctor. De una camioneta unos hombres bajaron a otro envuelto
en unas sábanas que ya no soportaban el intenso rojo de la sangre,
inmediatamente lo colocaron en una camilla y ahí pude ver la magnitud de lo que
pasaba: su brazo izquierdo sólo estaba sostenido por el músculo de la espalda,
casi colgaba. La sangre marcó el camino hasta la sala urgencias de ese cuerpo
con alma que parecía más del otro lado que de este.
Al
estilo de crónica amarillista fue el episodio de mi último día de trabajo como
recepcionista en un centro de atención a enfermedades y accidentes del trabajo.
¿Cómo llegué ahí? Después de la distribución de mi currículum sencillo, la llamada
telefónica de una mujer con un interesante acento, palabras pausadas y bien
pronunciadas, interrumpió el único y primer día de trabajo en el “restaurante
fantasma”, me preguntó por mi
estado laboral y me citó para el lunes muy temprano en la mañana.
El
trabajo consistía en hacer un reemplazo administrativo de dos personas que se
iban de vacaciones y que sumaban seis semanas en total, primero como secretaria y luego en la recepción de
pacientes. Me ofrecían la oportunidad porque la chica que lo iba a hacer, estando
a un pelo de firmar el contrato, no encontró el diploma que certificaba sus
estudios, así que fui la alternativa.
En
cuatro días recibí un entrenamiento exhaustivo de diversas actividades que
contemplaban el manejo de unos programas digitales para la recepción de los
pacientes que acuden al centro, subir los documentos suministrados por cada uno
de ellos, analizar el estado y proceso de sus licencias, revisar
las empresas afiliadas, archivar las historias clínicas, entre otras. También,
en el envío y recepción del correo físico, manejo del teléfono y las respuestas
adecuadas a las múltiples llamadas. Mi libreta de anotaciones estaba llena de
esos pequeños detalles de los que se encargan las secretarias y en los que uno
nunca se fija.
El
lugar compuesto por una pequeña sala de urgencias, una de rayos X y otra de
rehabilitación, atiende a una gran cantidad de personas que trabajan en las
empresas de la municipalidad de Paine. Este es un pueblo con más de 64 mil
habitantes de los cuales un tercio habitan en la zona rural. Ubicado a 40
kilómetros de Santiago, es un importante centro de la agroindustria de la zona
centro de Chile como empresas agrícolas,
procesadoras de alimentos, de semillas, viñedos….
El
pequeño pero bien distribuido lugar estaba comandado por la chilena que me
había llamado. Su acento obedecía a los cerca de 30 años que vivió en Brasil.
Con sus historias tropicales me trasladó muchas veces a esos lugares de
temperaturas elevadas, cuerpos candentes y calor humano que por estos lados del
mundo son escasos.
Su
equipo estaba compuesto por un médico general que le gustaba hacerme tallas (molestarme, hacerme bromas)
con típicas frases de novelas colombianas que se ven por estas latitudes:
“usted a mi me respeta”; tres paramédicos que insistieron en imitar mi acento
hasta que lograron decir, o mejor, cantar: “Sí señor, siéntese que ya lo
atienden”; una secretaria general que conocía al derecho y al revés lo que se
debía hacer; el hombre de la recepción con 25 años de experiencia que le permitían
saber exactamente cuando alguien se inventaba un dolor para tener días libres;
y la señora de los servicios generales que me inundó con su sonrisa, inmensa
formalidad y disposición “con lo que se le ofrezca señorita”.
Las
primeras tres semanas las pasé en el lugar de la secretaria general. En menos
de lo que canta un gallo, esta alma despistada se volvió una dura para
contestar el teléfono, pasar las llamadas a los funcionarios, atender las
inquietudes de los pacientes que preguntaban por el proceso o pago de sus
licencias y los documentos que les hacía
falta, enviar la correspondencia y otro buen número de actividades, (no crean,
suena sencillo, pero todo eso al mismo tiempo es cosa jodida para un espíritu chocarrero
como el mío). Claro, el pacífico trabajo lo acompañé de un pequeño sacrificio:
tratar de vestirme seria o sobria para un lugar al que acudían muchos
pacientes. Tarea bien complicada, pero no imposible.
La
llegada de la secretaria interrumpió ese tiempo calmado y pasé a reemplazar al
recepcionista. En mi nuevo lugar de trabajo, sentí todo el peso de aquel
aparentemente tranquilo lugar. Estar en la entrada fue el equivalente a recibir
el dolor de cada uno de los pacientes que acudía con una historia contada a
través de las impuestas y triviales preguntas; relatos que iban desde la
picadura de una abeja, pasaban por dolores crónicos en la espalda, en las
manos, sobresfuerzo, agotamiento físico, hasta fracturas y heridas en
diferentes partes del cuerpo.
Cada
historia clínica la debía encabezar con la frase “Paciente refiere que…” y complementarla
con la narración de su dolencia o accidente laboral: “…estaba limpiando un
lugar de la empresa cuando le cayó un gato mecánico que le aplastó el dedo
medio de la mano izquierda”.
Esa
fue una de las historias más fuertes que tuve que redactar. Mientras uno de los
paramédicos limpiaba el dedo incompleto en el que observé las pequeñas arterias
aplastadas y una uña ausente, el rostro de 50 años conservó la fuerza y lucidez para proporcionar datos personales
como nombre completo, número de teléfono y dirección. Así que en un acto de
esos en los que a uno se le sale la humanidad, le pregunté si quería que
llamar a su esposa, él respondió que era mejor no preocuparle y que esperaría
a que se calmara la situación.
Confieso
que en más de una ocasión me hubiera gustado escribir: “Paciente refiere que
deje de hacerle tantas preguntas maricas, pendejas o huevonas, y que por favor
el médico lo atienda a la brevedad, puesto que el dolor es tan HP (hijo de
puta) que ya no se lo aguanta más”.
Cada
día desfilaban personas con diferentes tipos de accidentes, sin embargo los que
más me impactaban eran las frecuentes fracturas y heridas en los dedos;
algunos, como diría en mi buen lenguaje colombiano: totalmente cocidos ó remendados.
Conocí el caso de un joven que manipulaba una guillotina y se amputó tres dedos
“de un solo tiro”, el paramédico los recogió en el lugar del accidente y en un
hospital de Santiago los colocaron de nuevo. Estos hombres, gracias al toque de
la medicina actual, llegaban al pequeño centro con el fin de continuar su
tratamiento con largas terapias de kinesiología para recuperar la movilidad
parcial o total, y lo más importante, el trabajo con el que sustentaban sus
familias.
Esta
interacción me permitió conocer un poco del contexto. Aspectos como la explotación
a la que se ven sometidos una buena porción de los trabajadores que se ganan el
sueldo mínimo de 210 mil pesos chilenos (820 mil pesos colombianos
aproximadamente), dinero con el que sobrevive una familia que debe pensar en
atuendos adecuados para las cuatro estaciones que incluyen un invierno cruel
para el que la arquitectura de sus viviendas no responde a las bajas
temperaturas. Además, viven en un país en donde la gasolina, el transporte
público y algunos alimentos igualan los precios de naciones europeas. Sumado a
eso, siempre que les preguntaba por su hora de ingreso y salida del trabajo, me
respondían: “Señorita, siempre entro a las ocho, pero nunca sé a qué horas saldré,
ponga la hora que está en el contrato”.
El
evento con el que inicié esta historia no pudo ser registrado mediante mis
monótonas preguntas, la gravedad del accidente fue controlada por el médico y
paramédicos y una vez estable fue trasladado a un hospital de Santiago. Un charco
de sangre y una sensación de impotencia dejó aquel hombre que no había tomado las
precauciones necesarias mientras metía un trozo de madera en una gran máquina
con cintas, lo que propició que estás le agarraran el brazo hasta casi
arrancárselo. Horas después nos confirmaron la amputación.
Así
finalizaron las seis semanas en los que consolidé dos nuevos clones: secretaria
y recepcionista. Pero también, en los que interactué con personas que como en
mi país, reflejan la desigualdad social de un Chile que proclama desarrollo,
pero que al final, corre sin freno arrojando a las orillas los rezagos de
aquellos que tratan de sobrevivir a ese monstruo.
Y la ñapa: Mi pequeña pesadilla
Esta
historia es como cuando uno no se fija en la letra pequeña y después le proporciona
grandes dolores de cabeza:
Mientras
trabajaba en mis nuevos roles, la pesadilla de mi contrato laboral tomaba
forma. Por alguna razón que aun no acabo de entender, algunas empresas en Chile
han dejado en manos de terceros la contratación de personal, y en especial para
trabajos transitorios. Pues a mí me contrató una que promulgaba en su nombre el
“vínculo con lo humano” pero que al final resultó inhumana.
Al
principio me llamó una mujer para darme la dirección del lugar al que tenía que
ir a firmar el contrato, una vez que reparó en mi acento preguntó: “usted
cuenta con la residencia definitiva?” a mi no como respuesta, ella agregó: “lo
lamento pero es política de la empresa no contratar a extranjeros que no
cuenten con la residencia definitiva (más de cinco años en el país). Sólo pensé
en los desafortunados que como yo que recibían semejante llamada para escuchar
algo que los dejaba por fuera del panorama laboral.
Finalmente,
la misma mujer me volvió a llamar para contarme que en mi caso si seria
contratada; las intervenciones de mi jefe inmediato habían surtido efecto.
La
pesadilla volvió con el pago del primer mes. Llegó la mitad del sueldo y siete
bonos para el almuerzo acompañados de una liquidación que justificaban el
descuento del dinero con un seguro de salud privada que supuestamente yo había contratado, se denominaba Más vida y tiernamente le llamé MENOS VIDA.
El
reclamo y arreglo del problema me valieron varios emails en los que descargué
mi furia y un viaje a Santiago, donde me entregaron el resto de los bonos de los
almuerzos con una excusa bien tonta: “ay, ¿sólo te llegaron siete bonos? Que
raro, yo envié todos”; ¡jum, si como no!.
Dos
semanas después obtuve el resto de mi pago. Hace más de un mes y medio que
terminé el trabajo, sin embargo, mi pesadilla con los contratistas inhumanos no
termina, aun no me cancelan las horas extras.
Que crónicas! sigo pegado a este relato. Sin embargo sugiero obviar partes como "(lugar del que hablé en mi anterior publicación)" para que la gente se pierda en el relato y se busque a ella misma en el anterior y así se enganchen más con la paulatina narración. No nos haga la tarea, solamente póngala.
ResponderEliminarEntre otras cosas, que nutrido relato de la realidad chilena, sin caer en contestaciones pasionales sino con análisis implícito. Me encantó eso.
Saludos como siempre.
Listo su mercé!!! sugerencia aplicada!!! gracias por su comentario!
EliminarHola señorita Francy, una vez más, gratamente sorprendida !, todos esos clones que su mercé a logrado desarrollar son cosa seria, jejeje ; sigo atenta......
ResponderEliminarAbrazos.
María, gracias por estar atenta a mis publicaciones!
EliminarCada vez mejor...me gusto mucho! siempre me arranca una sonrisa.
ResponderEliminarY espero arrancarle muchas más sonrisas!
EliminarBueno Francy, q uno deje lo q esta haciendo por seguir tus buenas historias es todo un logro. Leo cada una de tus crónicas y es muy interesante saber a traves tuyo de la realidad de un pais y como sobrevivir a ella; aparte de esto ver como te vas acoplando a cada nueva faceta. Adelante, seguimos esperando.
ResponderEliminarGeovanny!!! gracias por ese tiempo que dedica para leer mis relatos!
EliminarDivertido, interesante y bien escrito. Enhorabuena
ResponderEliminarAndrés, gracias por su tiempo para esta lectura!!!!!!
EliminarTengo una amiga Uruguaya que ha vivido más de treinta años en Colombia y ahora le negaron la visa de residencia. A pesar de tener un hijo y haberse casado con un colombiano el ministerio de relaciones exteriores decidió poner a prueba su colombianidad. Además de pedir todo tipo de documentos (de su país, como si acabar de llegar de él), ahora le exige certificaciones de colombianos respetables que avalen su historia. Cuando le conté tu ejercicio vital/literario me dijo algo así como que si hubiera escrito todo su periplo cuando llegó a Colombia adolescente y feliz, seguramente hoy podría demostrar que es cierto que es más colombiana que muchos de nuestros padres de la patria y agregó que ser tratada de esta manera la hace sufrir la maldición de sentirse extranjera en el mundo entero.
ResponderEliminarSe te extraña y quiere desde este Valle de las Tristuras.
Alcanzo a entender la impotencia, el sufrimiento y a impotencia de su amiga, mucha fuerza para ella. Un abrazote desde el rabito del mundo y por supuesto que los extraño y recuerdo ACAS!!!
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