domingo, 27 de abril de 2014

¡SE LE HACE, PARA LAS QUE SEA SU MERCÉ!


Los gritos del conserje fueron claros: ¡una urgencia! ¡Una urgencia!, detrás de ese llamado desesperado, salieron tres paramédicos y el doctor. De una camioneta unos hombres bajaron a otro envuelto en unas sábanas que ya no soportaban el intenso rojo de la sangre, inmediatamente lo colocaron en una camilla y ahí pude ver la magnitud de lo que pasaba: su brazo izquierdo sólo estaba sostenido por el músculo de la espalda, casi colgaba. La sangre marcó el camino hasta la sala urgencias de ese cuerpo con alma que parecía más del otro lado que de este.

Al estilo de crónica amarillista fue el episodio de mi último día de trabajo como recepcionista en un centro de atención a enfermedades y accidentes del trabajo. ¿Cómo llegué ahí? Después de la distribución de mi currículum sencillo, la llamada telefónica de una mujer con un interesante acento, palabras pausadas y bien pronunciadas, interrumpió el único y primer día de trabajo en el “restaurante fantasma”, me preguntó por mi estado laboral y me citó para el lunes muy temprano en la mañana.

El trabajo consistía en hacer un reemplazo administrativo de dos personas que se iban de vacaciones y que sumaban seis semanas en total, primero como  secretaria y luego en la recepción de pacientes. Me ofrecían la oportunidad porque la chica que lo iba a hacer, estando a un pelo de firmar el contrato, no encontró el diploma que certificaba sus estudios, así que fui la alternativa.

En cuatro días recibí un entrenamiento exhaustivo de diversas actividades que contemplaban el manejo de unos programas digitales para la recepción de los pacientes que acuden al centro, subir los documentos suministrados por cada uno de ellos, analizar el estado y proceso de sus licencias, revisar las empresas afiliadas, archivar las historias clínicas, entre otras. También, en el envío y recepción del correo físico, manejo del teléfono y las respuestas adecuadas a las múltiples llamadas. Mi libreta de anotaciones estaba llena de esos pequeños detalles de los que se encargan las secretarias y en los que uno nunca se fija.

El lugar compuesto por una pequeña sala de urgencias, una de rayos X y otra de rehabilitación, atiende a una gran cantidad de personas que trabajan en las empresas de la municipalidad de Paine. Este es un pueblo con más de 64 mil habitantes de los cuales un tercio habitan en la zona rural. Ubicado a 40 kilómetros de Santiago, es un importante centro de la agroindustria de la zona centro de  Chile como empresas agrícolas, procesadoras de alimentos, de semillas, viñedos….

El pequeño pero bien distribuido lugar estaba comandado por la chilena que me había llamado. Su acento obedecía a los cerca de 30 años que vivió en Brasil. Con sus historias tropicales me trasladó muchas veces a esos lugares de temperaturas elevadas, cuerpos candentes y calor humano que por estos lados del mundo son escasos.

Su equipo estaba compuesto por un médico general que le gustaba hacerme tallas (molestarme, hacerme bromas) con típicas frases de novelas colombianas que se ven por estas latitudes: “usted a mi me respeta”; tres paramédicos que insistieron en imitar mi acento hasta que lograron decir, o mejor, cantar: “Sí señor, siéntese que ya lo atienden”; una secretaria general que conocía al derecho y al revés lo que se debía hacer; el hombre de la recepción con 25 años de experiencia que le permitían saber exactamente cuando alguien se inventaba un dolor para tener días libres; y la señora de los servicios generales que me inundó con su sonrisa, inmensa formalidad y disposición “con lo que se le ofrezca señorita”.

Las primeras tres semanas las pasé en el lugar de la secretaria general. En menos de lo que canta un gallo, esta alma despistada se volvió una dura para contestar el teléfono, pasar las llamadas a los funcionarios, atender las inquietudes de los pacientes que preguntaban por el proceso o pago de sus licencias y  los documentos que les hacía falta, enviar la correspondencia y otro buen número de actividades, (no crean, suena sencillo, pero todo eso al mismo tiempo es cosa jodida para un espíritu chocarrero como el mío). Claro, el pacífico trabajo lo acompañé de un pequeño sacrificio: tratar de vestirme seria o sobria para un lugar al que acudían muchos pacientes. Tarea bien complicada, pero no imposible.

La llegada de la secretaria interrumpió ese tiempo calmado y pasé a reemplazar al recepcionista. En mi nuevo lugar de trabajo, sentí todo el peso de aquel aparentemente tranquilo lugar. Estar en la entrada fue el equivalente a recibir el dolor de cada uno de los pacientes que acudía con una historia contada a través de las impuestas y triviales preguntas; relatos que iban desde la picadura de una abeja, pasaban por dolores crónicos en la espalda, en las manos, sobresfuerzo, agotamiento físico, hasta fracturas y heridas en diferentes partes del cuerpo.

Cada historia clínica la debía encabezar con la frase “Paciente refiere que…” y complementarla con la narración de su dolencia o accidente laboral: “…estaba limpiando un lugar de la empresa cuando le cayó un gato mecánico que le aplastó el dedo medio de la mano izquierda”.

Esa fue una de las historias más fuertes que tuve que redactar. Mientras uno de los paramédicos limpiaba el dedo incompleto en el que observé las pequeñas arterias aplastadas y una uña ausente, el rostro de 50 años conservó la fuerza y  lucidez para proporcionar datos personales como nombre completo, número de teléfono y dirección. Así que en un acto de esos en los que a uno se le sale la humanidad, le pregunté si quería que llamar a su esposa, él respondió que era mejor no preocuparle y que esperaría a que se calmara la situación.

Confieso que en más de una ocasión me hubiera gustado escribir: “Paciente refiere que deje de hacerle tantas preguntas maricas, pendejas o huevonas, y que por favor el médico lo atienda a la brevedad, puesto que el dolor es tan HP (hijo de puta) que ya no se lo aguanta más”.

Cada día desfilaban personas con diferentes tipos de accidentes, sin embargo los que más me impactaban eran las frecuentes fracturas y heridas en los dedos; algunos, como diría en mi buen lenguaje colombiano: totalmente cocidos ó remendados. Conocí el caso de un joven que manipulaba una guillotina y se amputó tres dedos “de un solo tiro”, el paramédico los recogió en el lugar del accidente y en un hospital de Santiago los colocaron de nuevo. Estos hombres, gracias al toque de la medicina actual, llegaban al pequeño centro con el fin de continuar su tratamiento con largas terapias de kinesiología para recuperar la movilidad parcial o total, y lo más importante, el trabajo con el que sustentaban sus familias.

Esta interacción me permitió conocer un poco del contexto. Aspectos como la explotación a la que se ven sometidos una buena porción de los trabajadores que se ganan el sueldo mínimo de 210 mil pesos chilenos (820 mil pesos colombianos aproximadamente), dinero con el que sobrevive una familia que debe pensar en atuendos adecuados para las cuatro estaciones que incluyen un invierno cruel para el que la arquitectura de sus viviendas no responde a las bajas temperaturas. Además, viven en un país en donde la gasolina, el transporte público y algunos alimentos igualan los precios de naciones europeas. Sumado a eso, siempre que les preguntaba por su hora de ingreso y salida del trabajo, me respondían: “Señorita, siempre entro a las ocho, pero nunca sé a qué horas saldré, ponga la hora que está en el contrato”.

El evento con el que inicié esta historia no pudo ser registrado mediante mis monótonas preguntas, la gravedad del accidente fue controlada por el médico y paramédicos y una vez estable fue trasladado a un hospital de Santiago. Un charco de sangre y una sensación de impotencia dejó aquel hombre que no había tomado las precauciones necesarias mientras metía un trozo de madera en una gran máquina con cintas, lo que propició que estás le agarraran el brazo hasta casi arrancárselo. Horas después nos confirmaron la amputación.

Así finalizaron las seis semanas en los que consolidé dos nuevos clones: secretaria y recepcionista. Pero también, en los que interactué con personas que como en mi país, reflejan la desigualdad social de un Chile que proclama desarrollo, pero que al final, corre sin freno arrojando a las orillas los rezagos de aquellos que tratan de sobrevivir a ese monstruo.

Y la ñapa: Mi pequeña pesadilla

Esta historia es como cuando uno no se fija en la letra pequeña y después le proporciona grandes dolores de cabeza:

Mientras trabajaba en mis nuevos roles, la pesadilla de mi contrato laboral tomaba forma. Por alguna razón que aun no acabo de entender, algunas empresas en Chile han dejado en manos de terceros la contratación de personal, y en especial para trabajos transitorios. Pues a mí me contrató una que promulgaba en su nombre el “vínculo con lo humano” pero que al final resultó  inhumana.

Al principio me llamó una mujer para darme la dirección del lugar al que tenía que ir a firmar el contrato, una vez que reparó en mi acento preguntó: “usted cuenta con la residencia definitiva?” a mi no como respuesta, ella agregó: “lo lamento pero es política de la empresa no contratar a extranjeros que no cuenten con la residencia definitiva (más de cinco años en el país). Sólo pensé en los desafortunados que como yo que recibían semejante llamada para escuchar algo que los dejaba por fuera del panorama laboral.

Finalmente, la misma mujer me volvió a llamar para contarme que en mi caso si seria contratada; las intervenciones de mi jefe inmediato habían surtido efecto.

La pesadilla volvió con el pago del primer mes. Llegó la mitad del sueldo y siete bonos para el almuerzo acompañados de una liquidación que justificaban el descuento del dinero con un seguro de salud privada que supuestamente yo había contratado, se denominaba Más vida y tiernamente le llamé MENOS VIDA.

El reclamo y arreglo del problema me valieron varios emails en los que descargué mi furia y un viaje a Santiago, donde me entregaron el resto de los bonos de los almuerzos con una excusa bien tonta: “ay, ¿sólo te llegaron siete bonos? Que raro, yo envié todos”; ¡jum, si como no!.


Dos semanas después obtuve el resto de mi pago. Hace más de un mes y medio que terminé el trabajo, sin embargo, mi pesadilla con los contratistas inhumanos no termina, aun no me cancelan las horas extras. 


sábado, 12 de abril de 2014

UN DÍA EN EL RESTAURANTE FANTASMA


“Es mejor que salga por la puerta de atrás, se vería muy mal si la ven salir por el frente”. Yo era la mesera de un restaurante, o más específicamente, la “ayudante de garzón”, ¡no un cliente!

Un día, cansada de postular a tantas ofertas afines a mi carrera y de ver que no resultaba nada, decidí redactar un currículum sencillo para obtener un trabajo sencillo.

En un primer documento describí que era Comunicadora social y eliminé el Periodista porque aquí en Chile, con la primera frase casi nadie entiende lo que estudié y con la segunda recibo comentarios como “Aquí hay muchos periodistas, ojalá consiga algo”. Luego, conté brevemente que había realizado estudios en inglés y rematé con un perfil en el que resaltaba capacidades para atender al cliente, responsabilidad, respuesta inmediata y curiosidad por aprender.

Este modelo de currículum tuvo como destino los restaurantes, supermercados y cualquier lugar con cara de necesitar alguien para el trabajo de mesera, secretaria ó recepcionista.
Luego, elaboré otros antecedentes más sencillos aun en los cuales explicaba que llevaba un tiempo en Chile y que me había desempeñado como asesora del hogar (empleada doméstica), por lo que estaba en capacidad de realizar cualquier trabajo básico.

El sencillo documento tuvo como destino las fábricas que rodean el sur de la región Metropolitana del país, lugar en el que actualmente vivo, y al que se desplazan  muchos chilenos para trabajar por temporadas en los campos de maíz, girasoles, viñedos, seleccionando y empacando frutas, entre otras actividades.

Después de unas semanas destinadas a esta operación, recibí la primera oferta de trabajo a la que sin dudar dije sí. Consistía en ser “ayudante de garzón”, es decir, ayudante del mesero en un restaurante cuyo nombre estaba compuesto por la palabra Triángulo. El dueño del lugar, un hombre que tomaba café como si se le fuera a acabar el mundo y  con ojos desorbitados (me imagino que por efecto de la cafeína),  me explicó que si aprendía rápido me ascenderían a “garzona” y con esto, los ingresos mensuales subirían considerablemente porque tendría derecho a las propinas que dejan los clientes.

Sin más explicaciones acudí a mi primer día de labores a las 12 en punto: limpiar ventanas, barrer, trapear, secar platos, utensilios y un listado de oficios que ya había practicado bastante en mi rol como ama de casa.

Aunque no soy especialista en restaurantes, mientras limpiaba, observé algunos detalles del lugar como los precios para una clase social acomodada, agradable para un buen almuerzo o una cena tranquila,  una sala amplia, un menú con la variedad de las carnes chilenas y con un especialista para prepararlas, un bar tentador con varios cocteles, un chef con ayudante, entre otros.

En mi segunda hora de trabajo recibí el primer llamado de atención; se me ocurrió colocar una botella de agua y el termo en el que tomo mate en un lugar discreto del bar, fue la primera y única vez que el jefe de salón me habló: “Esto quítelo de aquí, no puede tomar bebidas y menos frente a los clientes”, sólo miré hacia el frente y aun no habían clientes. Luego enfatizó, “Sus cosas déjelas atrás en el  casillero”.

Un poco confundida, seguí las labores que durante las siguientes tres horas consistieron en estar parada frete a las mesas a las que acudió solo un hombre al que por su aspecto de “gringo”, el jefe de salón se le tiró en caída libre, lo confundió con un  estadounidense y empezó a bombardearlo con frases en inglés a las que él respondió en un español claro enfatizando que era de Brasil y que por supuesto hablaba nuestro idioma. Creo que sentí pena ajena.

En esas horas en las que me salieron raíces, no me quedó otra alternativa más que explorar la vida de los otros tres compañeros de labores. Dos mujeres y un hombre entre los 18 y 21 años que habían terminado el colegio, una de ellas hablaba inglés y estaba juntando las “lucas” (dinero) para irse a estudiar a Estados Unidos. El otro, un chico que llevaba tres meses de ayudante de garzón y que por esas cosas extrañas de la vida, el dueño no lo ascendía a garzón, aunque conocía muy bien el funcionamiento del restaurante.

Las primeras cuatro horas de trabajo se habían pasado en medio de ese mundo que me ofrecía un almuerzo y un descanso de dos horas y media para retomar ánimo y hacer el siguiente turno de las siete a las once de la noche. Ya había aprendido a “cuchariar” es decir, con dos cucharas tomar el pan y colocarlo en la mesa de los clientes y a hacer las mezclas para las ensaladas.

En el tiempo del almuerzo, como si se tratara de una caja de regalos, las chicas pusieron sobre la mesa destinada para los empleados, una bola de helado de chocolate y una ensalada César, era lo que habían “pescado” de lo que los clientes dejan intacto en los platos, y que para ellas, era un manjar que no se podía dejar a la basura.

En medio de todo este pequeño espectáculo, el dueño del restaurante nuevamente con sus ojos de loco, me comentó en un tono preocupado el tema de mi contrato. El hombre no entendía cómo había obtenido la visa de residente sin tener un vínculo laboral con una empresa. Traté de explicarle que para los profesionales era diferente, que revisara en la página de Extranjería, que leyéramos entre los dos,  pero él simplemente no captó nada hasta el punto en el que me hizo saber que no era necesaria ninguna exposición por parte mía, que él entendía de sobra cómo se hacían los trámites para extranjeros porque había trabajado con peruanos. Al final lo dejé, al parecer, estaba muy cerrado en sus ideas y conocimientos.

Llegó la noche y un turno eterno en el que se ocuparon dos mesas del lugar. Uno de los clientes dejó una jugosa propina en efectivo, episodio que me aclaró que en ese establecimiento el dinero físico era para el mesero, pero las propinas pagadas con cheques, tarjetas débito ó crédito, se destinaba un 30% para el dueño del restaurante y el resto para todos los trabajadores. Por supuesto, ni al dueño, ni al jefe de salón les agradó que la “garzona” se quedara con ese dinero.

El balance del día fue sencillo: ¿Cuáles eran los clientes que me verían tomando agua o mate? ¿Quién se iba a alertar con mi salida por el frente del restaurante? ¿Cómo me iban a pagar el sueldo?.

En el largo rato sin hacer nada, los compañeros me contaron que en los casi cuatro meses que llevaban trabajando en el lugar, la situación era similar todos los días, siempre con pocos clientes y que ellos se iban porque las largas jornadas les impedía disfrutar de otras actividades, pues estaban descansando sólo los lunes y no tenían derecho a ni un solo fin de semana libre en el mes, prácticamente estaban viviendo para ese lugar que les proporcionaba un sueldo mínimo.

Una llamada interrumpió la conversación, era otra oferta de trabajo, esa fue la campana que me sacó del restaurante fantasma, de aquel lugar que parecía perdido en el pequeño Triángulo de las Bermudas de Chile.


Me gusta pensar que algún día volveré ahí, no a trabajar, si no para cobrar con una cena el equivalente de mi único día de trabajo, claro, ¡si antes no han cerrado el lugar por fantasma!.

sábado, 29 de marzo de 2014

DE CÓMO LOGRÉ MI VISA DE RESIDENTE TEMPORAL EN CHILE


Por fin había logrado encontrar la silla del avión y medio acomodarme. Tenía una “pinta” poco adecuada para cargar todos los bolsos de mano, mejor parecía una  vendedora de mercachifles. ¿Pero cómo no, si me iba del país?

Con una buena dosis de aguardiente, acababa de despedirme de la familia que se convirtió en la mía después de convivir más de cinco años, del casi único amigo que conservo desde la universidad, de una mis mejores amigas veteranas que me dejó varias enseñanzas, y de una de mis hermanas, la que siempre se portó como mi mamá y aceptó que yo y mi personalidad no teníamos remedio.

Así que con la cara marcada por el paso de las lágrimas, logré sentarme en la silla al lado del pasillo, y justo en ese momento apareció la persona que ocuparía la de la ventana, agarré todo lo que tenía sobre mis piernas y le permití entrar, saludé y enseguida habló la auxiliar de vuelo para anunciar que si alguien cedía su cupo, sería recompensado con un tiquete internacional, una noche en un buen hotel de Bogotá y la promesa de embarcarlo hacia Santiago de Chile al día siguiente a la misma hora por la misma aerolínea. Creo que la mujer no terminó de hablar cuando este muchacho ya había casi que saltado por encima de mis piernas diciendo: “Permiso, me quedo”.

Cinco minutos después, él estaba de vuelta con una sonrisa de resignación y diciendo “alguien me ganó”. Así que ahí empezamos a hablar. Conté una parte de mi historia y él a su vez, hizo lo mismo con su acento chileno. Christoffer estudiaba medicina, venía de Costa Rica de visitar a su hermano que vive en ese país, había pasado la noche anterior en ciudad de Panamá con la misma oferta que acababa de lanzar la voz sensual, así que no tenía afán de llegar por lo que si le daban otra noche, esta vez en la fría capital de Colombia, él estaría feliz. Ya había visitado Medellín y al parecer la belleza colombiana lo había deslumbrado, entonces un segundo “caldo de ojo” no le vendría mal. Pero las cosas no le salieron y a cambio le tocó sentarse al lado de una mujer que había revuelto sus sentimientos, las ansias de nueva vida y su pasado, con unos peligrosos tragos de aguardiente.

Después de mucho intercambio de historias acompañadas de extrañas palabras como cachai (entendiste), polola (novia), ya po (si pues)… recuerdo claramente la frase “no te preocupes, yo te llevo al hotel, a mi me van a recoger”. Cuando escuché eso, dije para mí misma: “si como no, pura mentira”. Caí rendida de sueño y desperté con la alerta de que en 20 minutos estaríamos en la ciudad de Santiago de Chile. Salude a mi compañero de conversaciones. Hicimos todo el proceso de desembarque, él como todo un caballero esperó a que salieran las tres maletas en las que yo había intentado empacar la vida, todas con sobre peso, así que las tomó, las acomodó e incluso subió una en su carro: “!justo esa maleta!”.

Un amigo colombo suizo, me había dejado una de esas valijas que se abren con clave, como la vi tan resistente le metí de todo, al final la cerré y al intentar abrirla para verificar una vez más que los números eran los correctos, ¡nanais cucas!, no abrió, ¡Deo meo jesu!. En Colombia, por el cansancio de los últimos días había decidido no pensar más en el tema, pero al ver a Christoffer tan voluntarioso con las manos justo en esa maleta, se me vinieron miles de videos a la cabeza: ¿Y si me piden abrirla? ¿Y si la tienen que romper? y claro, los minutos aceleraron los miedos de colombiana inocente, ¿Y si creen que soy una traficante de drogas? ¿Este hombre qué va a pensar?

Cruzamos inmigración y nada pasó. Cuando el alma me volvió al cuerpo, su propuesta de llevarme al hotel seguía en pie. Salimos y ahí lo esperaba Pablo, su primo y por lo que percibí, un cómplice, amigo y casi hermano. Los dos muchachos acomodaron toda la carga en su pequeño auto. En el camino, mientras miraba la primera avenida de la ciudad y el país en el que viviría, pensaba en que estaba con dos desconocidos viajando a lo desconocido; ellos al tiempo lanzaban bromas como “Francy, esto es un secuestro” y reían, sin embargo, estaba tranquila.

Christoffer y Pablo
Se atrevieron a hablar de sus radicales pensamientos políticos, me explicaron un poco el funcionamiento de la ciudad y me preguntaron más detalles de Colombia. Luego de media hora de viaje, llegamos al hotel. En la recepción me dijeron que sería imposible ocupar la habitación antes de las tres de la tarde y eran apenas las siete de la mañana. Sin dudarlo, mis dos nuevos amigos lanzaron su voz de rescate: “no te preocupes, te llevamos a nuestro apartamento y descansas”.

Y así fue, media hora más tarde, estaba en algún lado de la ciudad con dos hombres que me explicaban que ese apartamento se ocupaba ocasionalmente, así que me pasaron unas llaves, 20 mil pesos chilenos por si las moscas (dinero que equivale a 80 mil pesos colombianos aproximadamente), me indicaron cómo regresar al hotel en la tarde y ahí me dejaron.

Este sólo fue el inicio de la historia con Christoffer y Pablo. Durante varios días traté de ponerme de acuerdo para devolverles el dinero y las llaves del apartamento.




Lograr la vida de residente, aunque sea temporal

En chile es relativamente fácil realizar los trámites para dejar de ser turista y pasar al eslabón de los privilegiados con visa de residente temporario, en palabras más simples, esta condición permite obtener un año en el país, un número de RUT, facilita encontrar un trabajo y luego la posibilidad de quedarse definitivamente.

Como turista, el tiempo de estadía se limita a tres meses, luego se debe abandonar el país. Tenía mis documentos al día porque en Colombia había hecho el viacrucis completo por el Ministerio de Educación, del Exterior y la embajada de Chile, y claro, a los dos últimos les dejé una buena porción de dinero, además de un mes de madrugadas, viajes para un lado y otro, filas interminables, espera de turnos con 150 personas antes de mi, entre otros episodios comunes de los trámites de mi país. Finalmente, en Chile el proceso se redujo a cinco minutos en el Ministerio del Exterior donde le pusieron el último sello a los documentos.

Con todo esto hecho, para obtener la visa temporaria para profesionales sólo faltaba una oferta laboral, ni siquiera un contrato, sólo una oferta que me pudiera hacer algún buen samaritano, pequeño empresario o cualquier chileno con un negoció de algo. La pregunta era: ¿quién me iba a hacer semejante favor?

Tanto en teoría como en la práctica el trámite es sencillo para la mayoría de los  profesionales extranjeros: el dueño de la empresa o representante legal debe elaborar un documento de una o dos páginas en el que dice a la oficina de Extranjería que si la Señorita Francy obtiene la visa de residente, él muy lindo, la contratará por más seis meses para hacer  la asesoría de comunicaciones de su empresa.  Además, de especificar el horario de trabajo, el pago, y finalmente, llevarlo a una notaría para autenticar su firma, ¡y listo el pollo!

Eso era todo, pero conseguir quién lo hiciera no era tan fácil. Cada que tuve una pequeña oportunidad, traté de explicar que era un trámite que para nada obligaba a la empresa o el representante a darme un trabajo, que sólo era un requisito para demostrar que tenía posibilidades de empleo en este país.

Y aquí es donde los dos hombres de mi primer día en Chile vuelven a escena. Un día me llamaron para preguntar cómo iban las cosas, así que les conté mi preocupación y ellos lanzaron la opción de ayuda a través de la empresa que representaba uno de sus familiares.
Antes de que eso pasara, la visa de turista ya estaba llegando a su fin, así que alisté maletas y crucé a Mendoza en Argentina para obtener “otra vida” de tres meses en Chile.


Días después, llegó a mi casa la carta de salvación y con ella inicié los trámites. Ese fue el documento que me ha dado un año de tranquilidad en este país y un RUT que para mí es el código de barras con el que digo: si, ese número soy yo, Francy.


Ah, las llaves del apartamento y los 20 mil pesos, aun esperan en mi billetera. Por cosas de la vida, no me he visto con Christoffer y Pablo, me imagino que el día a día nos consume a cada uno. Pero eso sí, ellos y yo sabemos que nos unen cosas grandes como la ayuda y la solidaridad. 

sábado, 1 de febrero de 2014

ENCONTRAR TRABAJO: TODO UN CAMELLO

¿Por qué carajos no saben decir no?

Como en mi tercer mes en Chile, llegué a una pequeña agencia de noticias, me presenté ante el editor y le eché mi carreta: “Hola soy Francy Uribe, periodista de Colombia, acabo de llegar a Chile, busco una oportunidad laboral, aquí está mi Currículum, bla…bla…bla…..” El tipo me escuchó con atención, hizo algunas preguntas y me dijo que no me olvidaría.

Y así fue, a la hora recibí un mensaje de texto en el que me proponía una entrevista para el siguiente sábado. En ese momento afloraron todas esas pendejadas de satisfacción que uno se repite mentalmente: ese trabajo será mío, lo logré, si se puede….

El día de la prueba llegué con anticipación y el hombre de una vez me sentó frente a un computador para indicarme la lección con la que me evaluaría: el cubrimiento de una rueda de prensa en la que el presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo, junto a dirigentes nacionales, entregaba el balance y las resoluciones de la Asamblea Nacional Extraordinaria del Magisterio, en la que se habían revisado temas del gremio y nacionales como el nombramiento de la nueva ministra de Educación Carolina Schmidt. Rápidamente busqué algunos datos, digerí lo que más se pudo y salí disparada para el lugar.

Muy confiada en que ya me conocía muy bien la ciudad, decidí caminar porque el lugar no estaba muy lejos, cuando se iba acercando la hora del evento me tocó correr, luego frenar en seco y aun con la agitación que me cortaba las palabras, preguntar porque ya andaba medio embolatada con la dirección. Finalmente aterricé en una sala vacía en la que conmigo se sumaban tres periodistas para una mesa principal conformada por cinco maestros con cara de desconcierto porque con seguridad,  esperaban un auditorio lleno.

Mientras pensaba un tanto desconcertada en la poca importancia que le dan los  medios de comunicación chilenos a este tipo de eventos, por no decir que los menosprecian, a esos escenarios en los que los maestros, los formadores del presente y futuro definen estrategias educativas para todo un país, trataba de concentrarme en las palabras de un chileno que hablaba de antecedentes que desconocía. Tratando de “pescar todo”, como dicen aquí, tomé apuntes y realicé una pregunta al final de su intervención para no quedar como la reportera boba que va a hacer acto de presencia y luego se copia de las preguntas y respuestas que otros hicieron.

La súper periodista estaba lista para volver a la sala de redacción y hacer la nota con la que empezaría su vida laboral en Chile. Cuidé cada una de las palabras que coloqué en ese texto, traté de aclarar las imprecisiones producto de un contexto que aun me faltaba conocer, en fin. Le entregué al editor la nota realizada y me dijo que se comunicaría conmigo para fijar horarios de trabajo.

Pasaron los días, le escribí un email, un mensaje de texto y jamás obtuve una respuesta del hombre. Esta es la hora en la que me pregunto ¿qué pasó? ¿Por qué no me escribió siquiera para decirme: no Francy, no es lo que buscamos, no nos sirve, no nos gusta su estilo de redacción.

¿Será que no estamos listos para escuchar un no como respuesta y por eso la gente teme decir no? Claro, aun tenía mi visa de turista, ¿será que el hombre no se quería meter en camisa de once varas? Al parecer, eso nunca lo sabré.

Las promesas de una compatriota: ¿me pintaron pajaritos en el aire?

Como sucede muchas veces, la amiga de una amiga de la amiga, me conectó con una colombiana que llevaba más de seis años en Chile. Ella al parecer necesitaba urgente un periodista, así que le envié mi currículum. La mujer respondió rápidamente que mis antecedentes laborales y yo en general “Estaba que ni mandada a hacer para dos pegas que tengo para ofrecerte”, (En Chile le llaman pega al trabajo).

Así que de una le escribí: “listo si es ya, es ya”, y esa misma tarde de lunes estuve en su oficina, lugar al que llegué después de dos horas y media de cruzar la ciudad de Santiago y bajo un fuerte aguacero (evento que no es muy común en la Zona Metropolitana de Chile). Luego de saltar los ríos de las calles, terminé en su oficina con el agua escurriendo y tiritando del frío, pero con toda la energía para escuchar sus propuestas.

La mujer me explicó los trabajos. El primero era el suyo, lo dejaba porque se iba para realizar su proyecto personal. De lo que entendí ella era una trabajadora social que hacía las comunicaciones internas de la empresa y otras actividades, pero rápidamente me dijo que ese  lugar y esas labores no eran para mí, que si me quedaba ahí no iba a surgir, que por mi energía y antecedentes, a ella le gustaría tenerme en su equipo.

Así que me pintó su proyecto. Una organización cultural que traería a Chile la primera muñeca Camila (algo similar a la que existe en Bogotá en la que se enseñan todas las partes del cuerpo) y un cine domo. Productos que se venderían muy bien en los colegios y a precios muy accesibles para que los niños de todos los estratos sociales pudieran disfrutar de semejantes maravillas.

Como estaban empezando, no me podía ofrecer las tareas de asesora de comunicaciones para la difusión del proyecto, pero sí de  vendedora, para que conquistara a los directores de la zona sur de Santiago con las fabulosas diversiones para niños. Además, y lo más importante, me prometió ayudar con el trámite de la visa para dejar de ser turista. Un tema que hablaría con su nuevo jefe y amigo, quien según ella,  no se opondría.

La cuestión es que en Chile está permitido andar como turista por tres meses, si no se abandona el país antes de cumplir ese tiempo, la persona está como ilegal y debe pagar una multa para evitar ser deportado. En mi caso, antes de cumplir ese tiempo decidí cruzar la frontera a la ciudad de Mendoza en Argentina, y de esta manera evitar problemas, lo que en ese momento me había dado otros tres meses de respiro para ubicarme y  logar mi visa de residente. Una situación estresante.

Lo confieso, no tengo alma de vendedora, pero por algún lado había que empezar y necesitaba dejar de ser turista. Así que acepté su propuesta. Esa semana como habíamos acordado, esperé a que me enviara los documentos de su organización y los detalles del proyecto. Jamás llegaron.

Cuando se hizo viernes, unas fotos y un estado en facebook me sorprendieron: a la mujer le habían robado todo en su apartamento. El título: “Este es el mierdero que me dejaron los ladrones”, acompañado de unas fotos que literalmente reflejaban eso, me dejaron sentada. Inmediatamente escribí a su inbox unas palabras de energía y fuerza para aquellos momentos difíciles. Nunca obtuve una respuesta.

Casi dos meses más tarde, a través de la misma red social, publiqué las fotos de un viaje a Punta Arenas en el extremo sur del continente. “En el C.U.L.O. del mundo”, como titulé mi experiencia, mostraba que a pesar de mi dura situación, tenía la oportunidad de conocer este tipo de lugares, todo gracias a la ayuda de mi novio.

La mujer que se había esfumado, de la que me quedé esperando unos documentos, a la que le dije si acepto y cuando quiera empezamos, resucitó con un comentario del que aun no sé qué pensar: ¡Francy! Con razón andabas tan perdida, pues en el culo del mundo quién no. Llámame.

Le respondí: No he estado perdida, ando en mi lucha. Vi sus publicaciones en el facebook sobre el incidente que sufrió, lo lamento mucho y continúo enviándole energía para que recupere las cosas que perdió y su tranquilidad. Comprenderá que no tengo minutos para llamarla, pero si necesita decirme algo, lo puede hacer a través de este medio. Feliz día.

Y hasta el sol de hoy, nada de nada. 

lunes, 20 de enero de 2014

MARIQUITA ROSADITA, ¿Y AHORA QUÉ?

Antes de continuar con lo de Encontrar trabajo: todo un camello.

Bueno, la vida me ha cambiado bastante. Esta frase suena lógica si pensamos en que me mudé a otro país.

Los deliciosos aromas de mis cremas para manos, del cuerpo, cuanta pendejada que oliera a rico y que me acompañaban cada mañana, ahora son reemplazados por las fragancias de la lavanda, el límpido, Mr músculo (que si saca la grasa), el olor del pasto recién cortado, la tierra seca. ……Para mí son los olores que han determinado otro estilo de vida, uno en el que Francy se multiplicó por varias: ama de casa, jardinera, amante (esto de ser amante lo digo muy en serio, porque lo de convivir con alguien no es tan fácil, así que es mejor ser creativa para no correr el riesgo de que me manden a la porra), chica fashion, costurera, supervisora de obra, periodista en busca de trabajo, todo al mismo tiempo. Una Francy que divide su tiempo entre diversos quehaceres (más adelante ampliaré esta información. 

En Colombia era asesora de comunicaciones en una entidad del Gobierno. Mis últimos cuatro años y medio los pasé viajando en variadas modalidades de transporte , desde el avión,  la lancha, el bus destartalado, la camioneta todo terreno que entraba por los caminos más estropeados por las lluvias, hasta el famoso moto taxi. Siempre hablando con campesinos, líderes comunitarios, amas de casa, niños, estudiantes….

Todos estos recorridos alrededor del país, los realizaba con un camarógrafo con quien captábamos las imágenes y las historias que hablaban de una Colombia diversa, singular, pobre y luchadora que parecía estar superando la pobreza extrema y la violencia. 

Aunque el sueldo no era el mejor, ni era famosa, ni hacia el periodismo de calidad con el que espero ser reconocida algún día o por lo menos respetada por el gremio, pues cumplía una gran porción de las cosas que soñé de pequeña: viajar, investigar, entrevistar, escribir guiones para televisión, acompañar en edición y últimamente hasta presentar en vivo las notas que realizaba: ¡del putas, estaba  en mi salsa!

Muchos dirán: tan huevona mi amor! Entonces si tenía todo eso, ¿para qué putas se fue? Soy una fiel creyente de que siempre es bueno salir del lugar seguro y correr el riesgo para que la vida lo sorprenda a uno con cosas más grandes, y eso es lo que estoy haciendo. Así que todo lo que escribo no es un lamento, ni arrepentimiento, mucho menos es mi derrota. Por el contrario, es la expresión de una nueva forma de vida que me ha costado trabajo asimilar y que voy narrando en la marcha, porque la lucha continua.

Yo y mis clones

Decidí que la vida no podía pasar mientras me quedaba a un lado viendo como ni las bolsas de empleo, ni la distribución de mis hojas de vida, surtían efecto.

Al principio, mientras caminé Santiago con el clon de periodista en busca de empleo, empecé la labor de ama de casa, una verdadera y consagrada mujer del hogar. Quien lo creyera: limpiando y cocinando, pensando en qué preparar para el almuerzo, la cena, una receta nueva para sorprender a mi novio a su llegada del trabajo.

Mis amigas siempre creyeron que la cocina y en general el hogar, no eran mis mejores aliados, también estaba convencida de lo mismo. Pero pronto descubrí una Francy que hacía magia con los ingredientes, que preparaba más que agua y congelados, una mujer supremamente organizada y extremista con la limpieza.

Parece ser que las enseñanzas de la niñez no se olvidan. Nací en el campo; tengo muy vivo el recuerdo de mis ocho años: frente al fogón de leña muy temprano en la mañana, encendiendo la leña para preparar el desayuno de mi papá, mamá y dos hermanas. Huevos, fritos, tajadas de plátanos maduros, chocolate con leche ó caldo con papas y  huevos. Luego el almuerzo: arroz, fríjoles, carne, ensalada, espaguetis, y los días especiales, sancocho de gallina ó pescado,  jugo de frutas y para la cena un calentado con todo lo que quedaba.

La vida del campo fue fuerte y desde muy pequeñas mi papá nos repetía la ley de la casa: “la que no trabaje: ni come ni estudia”. Así que trabajé con ganas.

Sin embargo, no asistí a todas las lecciones que me preparaban para la vida como las del lavado de ropa. El resultado, las medias y ropa interior de mi novio descoloridas, luego las camisas. Yo sentía morir al ver su cara cada que tomaba una de las prendas entre sus manos y con su acento francés decía: " jum, han perdido un poco el color, debe ser este sol de Chile".

 Yo, la super chica, cambiaba de colores: ¿cómo putas me puede pasar eso si lavaba mi ropa en Colombia? (claro en la lavadora y con agua fría) ¿De qué estarán hechas las prendas de estos franceses? ¿Qué detergente compro? Estos eran los interrogantes de una mujer que se estaba tomando el papel de ama de casa tan en serio como cuando la periodista atendía las sugerencias de un jefe medio molesto después de revisar las notas de televisión y les hacía críticas o sugerencias.

Un día, mis sexy panties rojos con estampados de animal print, se enredaron entre sus pantalones café claro, el resultado: unas bellas pintas rojas que adornaban la prenda que además acababa de estrenar. ¡Deo Meo Jesu! (expresión que escuché en el chocó y repito constantemente), ¿qué hago? Ahí se despertó la ama de casa que navega en internet en los blogs y lugares de consulta para el hogar en busca de una solución: ¿cómo quitar tinta roja de una tela clara? Mujeres de varios países me dieron cuanta formula habían ensayado: limón, agua caliente, bicarbonato y el colorido rojo nada que se iba. Finalmente, fue el shampoo para la caspa y un poco de leche que le dieron fin al problema. Y él, no se dio ni por enterado.

Ya me sentía una experta en los quehaceres del hogar. Luego de ese tiempo de aprendizaje, decidí que podía ser costurera (diseñadora de interiores, para darle más caché) por lo que le propuse a mi novio comprar las telas para confeccionar las cortinas, cojines y tapetes de la casa:  ¿Pero cómo, si ni siquiera tienes una máquina de coser? Fue su reacción. En ese instante afloró la Francy artesana, la que se pagó la universidad entera fabricando collares, aretes, cinturones y cuanta cosa ayudaba a que las mujeres de la época se vieran más lindas. Es decir, si hice todo eso a mano, ¿cómo no iba a ser capaz de medir, cortar y coser los accesorios de la casa?

Un poco incrédulo, accedió a la compra de los materiales y dos meses después la casa se vistió de amarillo, azul, morado, fucsia y animal print. Al tiempo, en el patio trasero se fue desarrollando la Francy jardinera: plantar árboles, arrancar la maleza que ya parecía una selva, nivelar el suelo con el azadón, trazar el camino del centro, entre otros menesteres.

A los seis meses, cuando parecía que ya no había mucho por hacer, mi novio recibió una parte de su herencia por anticipado, dinero con el que compró una parcela de 5000 metros cuadrados, media hectárea en la que surgieron varios clones.  

Con esa adquisición, aprendí que debido a las fuertes sequías que se presentan en la zona centro de Chile, el gobierno instaló unos canales de riego que consisten en unas zanjas que se construyen en las parcelas de los campesinos y que se llenan de agua para regar los cultivos en la primavera, verano y una parte del otoño. Pues por ahí empecé, por limpiar con azadón y pala la maleza del canal para facilitar la llegada del agua muy esquiva porque al parecer el río no tiene suficiente para todos los predios. Pero no importa, siempre veo con satisfacción el lugar limpio y libre de maleza que me costó varias ampollas en las manos.

Cuando terminé ese “trabajito”, surgió la construcción de la casa y con ella, una supervisora de obra. Buscar los maestros de obra, comprar los materiales de construcción: desde una puntilla pasando por el cemento, arena, gravilla, estabilizado, madera, vulcanita, internit, ventanas, cables para la conexión eléctrica, y una serie de materiales que no tenía ni idea que existían.

Me convertí en una inspectora de todas las fases de la construcción, por supuesto, a la chilena:  Las medidas, la excavación, el radier (las bases en cemento), la tabiquería (las paredes), la sercha (la base del techo), el techo, forrar la casa por dentro con vulcanita, colocar la cerámica de los baños y la cocina, los pisos flotantes de las habitaciones, forrarla por fuera en Vinyl Syding (revestimiento en plástico que se utiliza para cubrir las casas de madera y que protege del sol y la humedad).

Unos maestros de obra que se volvieron adictos a las arepas colombianas y que me llaman Señora Francy, que en las mañanas escuchan pop, regaton y bachata, al medio día folclore chileno y rematan en la tarde con corridos mexicanos y el programa de un "hermano curandero" que les promete engordar los animales que se les enflaquecen y exterminar las plagas que se comen sus cultivos. Hombres que me están prometiendo la instalación de fosa séptica desde hace un mes y nada que la terminan, que me escriben por WhatsApp para recordarme la compra de algún material de construcción y que sueñan con terminar la casa lo más pronto posible para que les cumpla con el asado chileno que les prometí y en el que la carne de res los dejará sin alientos de levantarse.

Mientras ellos terminan de construir, organizo el entorno de la casa. Me he vuelto una experta en el uso de la orilladora o desmalezadora (máquina para limpiar terrenos), el azadón, la pala y la carretilla para remover la tierra y escombros que dejan por ahí (oficios que me han dejado unos bellos músculos en los brazos). Me encargo del riego de las plantas y frutales que plantamos con mi novio y del cuidado de los cactus que cosechamos en las montañas y cerca del mar.

Y por último, los clones que siempre han estado ahí, los de la Francy fashion y amante. Ellos dos van de la mano, no se separan ni por instante. Representan a una mujer que dice: PRIMERO MUERTA QUE SENCILLA. Una Francy que sigue combinando perfectamente el color de la blusa con los aretes sin importar si estos son para ir a trabajar en el campo. La amante que a pesar de las depresiones quiere seguir sorprendiendo con sus juegos de seducción a su novio y que sopla esos carbones con mucha fuerza para que no se apaguen.


Esa es la Francy que con múltiples clones resiste y lucha, a la que no se le olvida que para estar linda a los 31,  hay que salir a trotar y cuidarse en las comidas. Esos dos clones se han confabulado para recordarme que una mujer es bella cuando logra un equilibrio entre su inteligencia y aspecto físico. 

sábado, 11 de enero de 2014

¡Esperando sentada para no cansarme!

Después de cinco horas sin parar siquiera parar para tomar agua, terminé de limpiar la casa de una vecina peruana. Olorosa a cloro y detergente, me dije a mi misma: -Si buenas Francy, usted a sus 30 años, con una profesión y seis años de experiencia laboral, ¿tuvo que limpiar una casa para ganarse unos pesos?, ¿Usted que decía que si se iba a otro país no trabajaría en cualquier cosa porque lucharía a toda costa por ubicarse laboralmente en su profesión?

Esa es la realidad desde la que escribo ahora, la de una migrante. Una periodista colombiana loca a la que el destino le señaló Chile como su próximo lugar para vivir. Una mujer que desconocía lo que implica mudarse con tres maletas hacia la dimensión desconocida.

Chile era un país del que me hablaban maravillas cuando estaba en Colombia: su gran crecimiento económico y posibilidades de empleo. Cada que contaba que me iría a explorar del otro lado de las cumbres de los Andes, escuchaba cosas como: usted no se va a varar allá. Eso va a conseguir rápido. Uy Chile, allá está el futuro de Sur América, allá si hay plata.

Y para reforzar el gran futuro que me esperaba, una prima que vive en Santiago desde hace dos años también me dijo: “ay prima, eso tráigase plata para lo de dos meses que aquí se cuadra rápido. Usted se puede ganar los dos millones de pesos chilenos facilito” (ocho millones de pesos colombianos aproximadamente).

Y así numerosos comentarios que auguraban buenos tiempos, y sobre todo, la mejor elección que había hecho en mi vida. Mejor dicho, la cosa pintaba muy bien, sin embargo, diez meses después, ¡aquí estoy esperando sentada para no cansarme!

ENCONTRAR TRABAJO: TODO UN CAMELLO

Lo de encontrar trabajo en Chile ha sido cosa dura y son vivencias que merecen varios párrafos.

En un primer momento, buscaba trabajo con la visa de turista, con lo que justificaba el por qué no me llamaban de ningún lado. Para mis adentros pensaba: Quizá, las empresas no quieren meterse en tanto lío al contratar un extranjero, no conocen las leyes o no las tienen claras, en fin, no se quieren meter en “camisa de once varas”, como decía mi papá.

Después de que en septiembre del 2013 obtuve la visa de residente por un año
(otra historian para contar), y un RUT (el dichoso número de cédula que en Chile pareciera un código de barras que uno se memoriza rápidamente porque lo piden en todos lados), pensé que las cosas serían más fáciles.

En esta transición de turista a residente temporal, han surgido una serie de historias inconclusas con personajes de los cuales aun espero respuestas, o más bien,  trato de explicar sus actuaciones.

Las palabras esperanzadoras que luego saben a nada

Mi currículum Vitae está en más de 10 bolsas de empleo chilenas. Adicional a esto, los tres  primeros meses recorrí literalmente de arriba abajo, de sur a norte y de oriente a occidente las calles de Santiago, dejé  mis antecedentes laborales y reel de presentación en diversos medios de comunicación y empresas. Mejor dicho, me patonié la ciudad. Regresaba a la casa mamada, muerta, pero contenta de buscar, de distribuir mi historial laboral, ¡alguien iba a verlo y me llamaría!

Luego, un colega colombiano me facilitó una base de datos con un amplio listado de editores de medios, algunos periodistas y agencias de comunicaciones. A cada uno le escribí un email un poco al estilo de redacción que utilizan aquí: “Estimado fulanito de tal, junto con saludarlo, le cuento que soy Francy Uribe, periodista colombiana con seis años de experiencia laboral…bla….bla….bla….bla……” bueno, 92 corrreos enviados de los cuales recibí 10 respuestas, algunas de ellas producto de un sistema automático: “Gracias por tu correo, te informo que ya no trabajo para este medio”. Y el resto en los que contestaban: “Gracias por tenernos en cuenta pero en este momento no tenemos vacantes, éxitos en tu búsqueda” y tres de estos con una perla adicional: ¿“Cómo obtuviste mi contacto?. Los 82 restantes, se quedaron mudos. 

Un único correo esperanzador que recibí: “Hola Francy, ví tu trabajo y me interesó mucho, muy bueno ………..” Era editor de uno de los canales más grandes de Chile, rápidamente busqué en internet y el hombre trabajaba haciendo noticias, así que dije: este es! Lo logré!
El corazón se me aceleró y el entusiasmo me inundó, le respondí rápidamente y él correspondió al instante: “no te garantizo nada, pero le pasaré tus antecedentes a las personas que están encargadas de escoger el personal. Yo no decido, pero tengo influencia sobre esas decisiones. Si necesitas otro tipo de ayuda para cosas más domésticas, no dudes en consultarme”.

El único correo de 92, el súper email lleno de respuestas que iban y venían, sentía que mi búsqueda estaba surtiendo efecto. Al igual que muchas cosas en Chile, aun estoy esperando una luz o algo del dichoso editor, por supuesto ¡sentada para no cansarme!.